Por María Eugenia Caicedo*

La primera llamada la recibí en el andén de mi casa.

–Ve, que te necesitan, dijo mi hermana al pasarme por la ventana el teléfono inalámbrico.

De este lado de la bocina se escuchaba la interferencia en la señal y del otro, la voz de mando de un hombre estalló:

–Bueno negra hijueputa, te callás ¿vas a seguir molestando en ese hospital o te limpiamos?

Intenté responder, pero con más fuerza insistió:

–Déjame hablar hijueputa, malparida, te callás o te vas de aquí.

Entonces me quedé en silencio y la llamada terminó, pasaron un par de minutos para que el teléfono volviera a timbrar, eran mis compañeros del sindicato; no solo me habían amenazado a mí, también habían contactado a Humberto Grueso, María Florentina Hurtado, Rubiela Libreros y Noreida Guerrero, todos hacíamos parte de la junta directiva del sindicato y para todos el mensaje era el mismo: debíamos desistir de exigir que nos pagaran el salario que el hospital nos debía desde hacía varios meses.

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De mis 46 años de vida, 20 los he dedicado a la salud y al sindicalismo. A estos llegué en el año 1994 como estudiante del SENA para ser auxiliar de enfermería en el Hospital Departamental San Rafael en Zarzal, un municipio que queda al norte del Valle del Cauca. Durante mi formación nos hablaron mucho de la relación entre la sociedad y nuestra profesión, de su carácter humanitario, entonces el mundo se empieza a ver de otra manera, donde el otro importa, y por eso digo que para luchar por uno mismo también hay que emprender luchas por el otro, en este caso los usuarios.

Pero de esto ya me habían hablado en la casa, mi abuelo fue sindicalista en Colpuertos y mi padre perteneció al Sindicato de Trabajadores del Ingenio Riopaila, crecí escuchando sobre reclamar los derechos porque en Colombia, aunque estén consagrados en normas y ahí se vean muy bonitos, para que se te apliquen y se cumplan tienes que exigirlos. Esto se me grabó como una veta, por eso creo que ante una injusticia siempre hay que hacer algo.

Al año siguiente de haber iniciado mis prácticas, recibí un oficio en el cual la administración me informaba que empezaba a prestar mis servicios en nombramiento provisional en el área de consulta externa, y de inmediato me afilié a ANTHOC (la Asociación Nacional Sindical de Trabajadores y Servidores Públicos de la Salud y Seguridad Social Integral y Servicios Complementarios de Colombia del Hospital).

Para entonces todo era muy diferente, pero también empezaba a cambiar. Los primeros síntomas del problema comenzaron en 1997. A pesar de que la Ley 100 había entrado en rigor desde el año 1993, fue en este que se comenzaron a manifestar las consecuencias para los trabajadores del hospital.

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¿Qué es lo primero que uno debe garantizar en su casa? Pues las necesidades básicas satisfechas con el salario, un derecho que debe tener todo trabajador a una remuneración por la prestación de sus servicios. Pero aquí eso cambió. En enero de 1997 ocurrió un primer atraso en el pago de los salarios, fueron más de cinco días y para nosotros era una sorpresa, también había comenzado a disminuir la contratación de personal; se reestructuró la E.S.E. Así iniciaba la crisis y el enfrentamiento del sindicato con la administración del hospital.

Con el tiempo estos atrasos se volvieron constantes, en el año 2000 esto hizo metástasis: llegamos a pasar hasta ocho meses sin salario, además no nos pagaban la seguridad social, las horas extras, los recargos nocturnos ni dominicales. Imagínese ¿cómo sobrevive uno sin salario tanto tiempo? Tocaba empeñar y prestar a los prestamistas, esos que llaman “gota-gota”, ahí aparece ese otro fenómeno de violencia económica de los prestamistas que cobraban interés al 10, 15 y 20 por ciento, entonces cuando llegaba el sueldo no se veía nada de dinero, había que entregarlo a estas personas.

Empezamos entonces a movilizarnos, a hacer asambleas, derechos de petición, a solicitar reuniones, a defender nuestros derechos. Siendo de la base, empecé a hablar y liderar procesos, y al notarlo, mis compañeras auxiliares de enfermería consideraron que debían blindarme con un fuero sindical y hacerme parte de la junta del sindicato, así llegué a ocupar con otros compañeros este espacio.

Y fue allí cuando llegó la amenaza por teléfono. Nos llamaron a casi todos los miembros de la junta, que si seguíamos molestando en ese hospital nos iban a desaparecer, que nos calláramos. Hicimos las denuncias respectivas, algunos de los compañeros dijeron que eran las águilas negras porque llegó también un panfleto, pero la respuesta de las autoridades fue que ese fenómeno no existía en nuestro municipio. Yo era nueva en la junta, no entendía muy bien por qué motivo nos amenazaban, si lo que estábamos pidiendo era justo.

Sobre esto hay mucho que decir, es difícil recordar fechas exactas sin tener en la mano algunos documentos que nos refresquen la memoria. Han sido varias las amenazas que nos han hecho, muchos compañeros se tuvieron que ir: el señor Humberto Grueso, la compañera Noreida Guerrero, la psicóloga del hospital, María Florentina Hurtado. Algunos exiliados y otros asilados. A otros los mataron como a Juan Carlos Libreros, ¿y quién quería ser el próximo difunto? Nadie, ya con un muerto de por medio uno dice: aquí toca callarse. Por ejemplo la compañera que trabajaba con él se tuvo que ir, ella se llama Libia Yaneth Mejida Ibáñez.

Luego, en el año 2002, nos amenazaron por segunda vez. Llegó una carta con letras de papel periódico, y en esa ocasión me resultó asilo. Yo sentí morir. Uno lejos de la familia, lejos de la tierra. Pensaba que los que realmente hacen algo malo están tranquilos con las puertas abiertas en sus casas y uno por pedir que le paguen el salario, que está trabajando todos los días con gusto, amor y respeto por los pacientes, a uno sí lo amenazan. Si yo me retiro ¿será que no pasa nada? –me rondaba en la mente–, si me iba pensaba en la muerte de mis padres y en que si regresaba después seguiría latente la amenaza, como le pasó hace casi tres años al compañero Robinson Rendón que, al volver del exilio en Canadá, fue desaparecido.

“Yo no estoy matando a nadie, ni soy ninguna delincuente para tenerme que retirar del sindicato o irme del país. Aquí me quedo porque no estoy cometiendo ningún ilícito por reclamar un derecho que tiene todo el que trabaja, si en otros sectores se paga ¿a nosotros por qué no?”, me dije y tomé esta decisión como un acto de supervivencia.

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Con las amenazas de muerte le cambia la vida a uno. Al salir de mi casa todos se quedaban preocupados sin saber si volvía o no, afuera sentía que me perseguían. Para entonces en Zarzal la violencia estaba en su auge, era un estado de zozobra y después de que los compañeros se fueron exiliados, siempre se estaba a la espera del momento en que arremeterían contra uno.

A nivel familiar siempre ha sido difícil combinar la actividad sindical con el rol de madre soltera y en este contexto de amenazas mucho más, porque a uno le cambia el panorama al no poder salir con sus hijos a caminar y compartir con normalidad. El solo hecho de estar dedicada al sindicalismo ha marcado también la vida de mis hijos y aunque siempre he tenido el apoyo de mi familia, no pude estar presente en muchos momentos de ellos por el hecho de que en ocasiones significaba riesgos. Como madre nunca pude enseñarles a mis tres hijos a montar bicicletica, por temor a que les pasara algo al estar cerca de mí, y mi hermana tenía que cubrirme en las reuniones de la escuela. Alguna vez mi hijo, que hoy tiene 22 años, me hizo el reclamo por no estar en la reunión de padres de familia y me dijo frente a su profesor:  

–No pues siga dedicando el tiempo a su sindicato.

Estos sacrificios muchas veces no son valorados dentro del movimiento sindical y a veces venía sobre mí la pregunta: ¿será que sí vamos por el camino correcto? Pasa un gerente, llega otro, pasa un gobernador, llega otro, y todo es lo mismo. En ocasiones uno dice, bueno, y con tanta lucha usted qué consigue, cuando poco o nada cambia.

Pero para mí nada es difícil. Yo considero que uno está en lo correcto, si el que te doblega tiene unos derechos hasta de mandarte a amenazar y joderte la vida, no los va a tener uno que trabaja juicioso, cumple un horario, hace el trabajo con amor y entrega lo mejor de sí, así no me estén pagando y no pueda llevar en condiciones normales y dignas el sustento a mi casa, sino que me toque fiar, prestar o empeñar.

Aquí hay un problema que es estructural: a un soldado o policía no le pagan por producción, a él le pagan por una necesidad social, por prestar su servicio, pero a nosotros nos quieren pagar por número de enfermos atendidos y tenemos que emitir una factura que dice que se presta un servicio, pero tenemos que estar funcionando como hospital con personal las 24 horas.

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Si tú construyes sobre cimientos débiles, esa estructura tiende a caerse. La verdad se debe construir para poder que en Colombia se respeten los derechos de las personas, y pienso que ahora hay una gran oportunidad para que se escuchen nuestras voces.

Si se logra construir verdad, que nuestros testimonios puedan servir y llegar a todos los rincones, que todas las personas puedan contribuir para construir esa verdad, va a ser importante. Cuando a mí me dicen la verdad, se puede sanar el alma, saber quién nos amenazó y por qué motivo, quién asesinó a nuestro compañero y por qué motivo, quién desapareció a nuestro compañero y por qué motivo, construir esa verdad pero que no se sigan enmascarando más situaciones de los trabajadores, de los líderes sociales que reclamamos lo justo.

A partir de eso se pueden cambiar procesos en el país y llegar a una verdadera democracia, si los colombianos en su mayoría lo quieren hacer, porque llegar a la verdad nos va a permitir, primero, calmar esa sed de justicia y que haya cambios estructurales, que es lo más importante para poder que se descubra y se materialice la corrupción como un fenómeno terrible. ¡Esa sí es una rueda en la estaca! No son los sindicalistas, porque a la corrupción le ofende que uno señale: vea, se están llevando tanto y estos se están oponiendo, porque en ocasiones no se pagan salarios, porque hay que pagarle al proveedor y el proveedor da tanto para los bolsillos de no sé quién. Conocer la verdad va a permitir que haya cambios de fondo.

*Este testimonio fue construido con el relato de una lideresa sindical, cuyo nombre se modifica por motivos de seguridad.

*El presente artículo es la primera entrega de la alianza entre la Escuela Nacional Sindical y Periferia con el propósito de visibilizar la violencia antisindical en el país y las apuestas del sindicalismo ante el SIVJRN.

Este artículo fue publicado en la edición 150 del periódico Periferia.